sábado, 12 de noviembre de 2016

Arica en Ruinas, 1868

 





 


GRANDES ONDAS DE MAREA



Nunca olvides que tu seguridad comienza por tí ... edmo










1 INTRODUCCIÓN

Desde hace un buen tiempo atrás había estado viendo ilustraciones y fotografías en alusión al terremoto y posterior tsunami de Arica de 1868. De igual manera había visto que existían algunas incongruencias en la historia que se contaba, pero esa historia que se cuenta en forma de trozos y a nivel cotidiano.

Para evitar de caer en aquellos términos de repetir una información; que pudiendo no ser verdadera y solo se contribuye a una propagación equivoca, es que he realizado este escrito. El contenido del mismo solo esta centrado y orientado en nuestra ciudad. He puesto el mejor énfasis en suministrar el contenido que netamente contenga información, narración, datos e imágenes referente en Arica.

En el caso que un lector tenga algun interés en conocer o interiorizarse mas con el tema, pueden buscar en la red, para obtener información complementaria u otros aspectos según sea el interés de cada uno.


2  ANTES DE LA HORA CERO: CIUDAD

Arica, una ciudad que esta a la sombra de un monte llamado morro, una ciudad tranquila y pequeña. Sus habitantes gozan de las bondades de un clima relativamente parejo durante el año, los cambios estacionales no provocan cambios en la comunidad como para que modifiquen sus costumbres de vida. La población en aquella época se estima en 3.000 habitantes.

En cuanto a como era la forma de vida, sus actividades y sobre todo poder asimilar una vaga descripción de lo que era la ciudad, la siguiente ilustración nos permite transportarnos a aquella época para tener una visión general.


Vista general de Arica. A. Simeon. París, 1863


El artista A. Simeon nos muestra la ciudad para 1863. Observe la vida placentera de sus habitantes, poseía mucha actividad en agricultura y en ganadería. También se observan muchos olivos, que como es sabido es un sello natural de la ciudad. Además existe un notorio tráfico de embarcaciones para el puerto de Arica, a pesar que a esa fecha no existía vínculo para el transporte de plata.

Como es bien sabido, los desastres naturales llegan sin avisar y esta no es una excepción. Lo indicado anteriormente, fácilmente es representativo hasta unos pocos minutos antes de la las 4 PM del 13 de Agosto de 1868.


3 ANTES DE LA HORA CERO: PUERTO

El puerto de Arica siempre a tenido su grado de importancia desde tiempos inmemorables. Para el período de colonización se convirtió en un punto de referencia para las expediciones de los españoles. En 1536 para Rui Diaz y Diego de Almagro el mozo, fue el puerto donde se encontró con el resto de la expedición, en la malograda travesía por la conquista de Chile. En 1541 Lucas Martinez funda la Villa de San Marcos de Arica y en 1543 manda a costruir un astillero y una flota de barcos con que unía diferentes puertos del territorio sureño.

En los años siguientes, el puerto de Arica paso a ser un punto neurálgico en la Región, tanto como el transporte de mercaderías con la Capitanía de Chile como para las de España. Así mismo, el transporte con Huancavelica como el mineral de plata que se enviaba a Lima/Callao.

Ya para el año 1868, el puerto de Arica seguía siendo de uso de múltiples propósitos. En ese fatídico día, en la bahía se encontraban las siguientes naves (de las conocidas):

El buque de guerra Wateree y el pontón de provisiones Fredonia de Estados Unidos.
La corbeta de guerra América y los bergantines Rayo, Faustino Rivera y Regalón del Perú.
Las barcas Niñita y Chañarcillo y la fragata Gambetta de Gran Bretaña.
El bergantín Eduardo de Francia.

La barca Cantón (Francia) y el vapor Callao (Gran Bretaña) que zarparon antes del tsunami.
El barco Guillermo, barco Santiago
(Gran Bretaña), barca Rosa Elvira (Perú) y carguero Ulyses (Estados Unidos); de los cuales no se tiene mayor información.
Adicionalmente, se encontraban muchas embarcaciones pequeñas locales, de las cuales no hay registros.

La acuarela de Hamilton Williams, titulado Bosquejos en el Pacífico Sur, año 1867, nos permite hacernos de una idea de como era un día normal en el puerto:


Sketches in the South Pacific, Hamilton Williams, 1867



4 HORA CERO

El 13 de Agosto de 1868 a las 16:45 hora local ocurrió uno de los mas grandes terremotos y posterior tsunami en la historia, fue catalogado con una Intensidad en Escala de Mercalli en Grado XI y con una Magnitud en Escala Richter de 9.0.

La mayoría de las informaciones y narraciones documentales se sustentan en los informes  que fueron elaborados por personal naval del USS Wateree. Uno de los informes que mas se han transmitido corresponde al del oficial Luther G. Billings, pero curiosamente posee varios errores en su contenido. Solo con decir que fue elaborado 46 años después de la catástrofe.

Sin embargo, el informe de Edward W. Sturdy, marino del barco norteamericano Wateree nos provee de una valiosa información de lo ocurrido con detalles que abarcan desde los hechos del desastre, describiendo la ciudad y mencionando la forma de vida de sus habitantes. El relato es de cuatro años posterior al desastre. Lo presentaré en forma íntegra, no cometeré la imprudencia de modificar, dramatizar o de agregar notas que no aportan valor al contenido, solo inserto algunas ilustraciones muy representativas que acompañan la narración. A seguir:

"Hace años atrás, en el actual puerto de Lisboa, contemplaba el agua sobre los escombros de la famosa y antigua ciudad, encima de las tumbas de sesenta mil seres humanos, quienes en el lapso de seis minutos fueron arrojados a la destrucción.

No imaginé entonces que en unos pocos meses mi destino sería presenciar un desastre solamente inferior a aquel de Lisboa en 1755.

Fue mi destino embarcarme en el vapor americano WATEREE, a comienzos del año 1868, para una travesía por las aguas del Pacífico Sur. En el mes de agosto de ese año estábamos anclados en el puerto de Arica. Esta ciudad, situada en 18º 28’ de lat. Sur, y 70º 24’ de long. Oeste, se ubica inmediatamente después del Callao entre los puertos del Perú.

Toda la producción del interior de esa parte del país se traía hacia Tacna por medio de mulas de carga y llamas, y desde allí hacia Arica, a cuarenta millas de distancia, por ferrocarril. La ciudad de Arica fue construida en un recodo de la costa, cercano a la orilla del mar. Al Sur existía un gran risco de alrededor de cuatrocientos pies de altura, y su base la bañaban las olas.

La cara exterior de este risco es perpendicular, y tiene un color blanquecino, el cual es una buena señal para las embarcaciones que entran al puerto. Está al final de una parte de la línea de la costa, y la gente lo llama el “morro”.

Mirando desde el mar, la línea de la costa se extiende alrededor de la parte posterior de la ciudad, y como lo hace hacia el norte, deja una planicie árida y arenosa de varias millas de ancho entre su base y los suburbios de la ciudad.

Las casas de Arica estaban generalmente construidas de adobe y juncos, de un piso de altura, aunque había unas pocas de piedra y otras de madera de apariencia más pretenciosa; pero en todo caso ellas estaban hechas con el propósito de resistir las sacudidas de los terremotos a los cuales el lugar es tan propenso.

Una imponente Aduana, erguida cerca de la orilla del mar, está construida en piedra y presenta una distinguida apariencia desde cubierta, y a lo lejos hacia atrás una iglesia con dos altísimos campanarios.

Estos dos edificios eran los únicos cuyos exteriores impresionaban. Pero aunque la naturaleza del país no permitía embellecimientos exteriores, los interiores de las casas más acaudaladas estaban lujosamente amoblados.

La población de la ciudad era muy agradable y atractiva, y la gente era la más hospitalaria, especialmente hacia los oficiales navales americanos. Las fiestas y los bailes eran muy frecuentes a bordo o en tierra. Tacna también era de fácil acceso, el presidente del ferrocarril daba salvoconductos a todos los oficiales. Amistosas regatas entre americanos y peruanos a menudo agregaban interés a nuestra vida allá, y la perfecta armonía que existía se ejemplificaba completamente en nuestros respectivos días de la independencia cuando las celebraciones se realizaban con el mayor deleite por todos.

Una sacudida ocasional de temblor se sentía a veces causando un pánico momentáneo pero, como pasaba sin ninguna consecuencia seria, se olvidaba en seguida, como habían sido otras.

A las cinco de la tarde del 13 de agosto de 1868, la primera sacudida del gran terremoto se sintió en Arica. Ningún síntoma premonitorio indicaba que algo de esa magnitud iba a ocurrir. El cielo no presentaba ninguna apariencia extraordinaria, el aire se sentía como siempre y todo parecía tranquilo y seguro. La primera sacudida alarmó a todos en la ciudad. Era la más fuerte que ellos habían experimentado por años. Echó abajo muchas casas, y dañó otras.

El primer impulso de las personas en países sujetos a estos desastres es arrancar de sus casas y buscar seguridad en lugares abiertos. Los habitantes de Arica siguieron este impulso. Tan pronto sintieron que sus casas se ladeaban sobre ellos y que se les caía todo arrancaron hacia las calles.

La sensación a bordo de los barcos en el puerto era muy peculiar. El movimiento de los barcos, de proa a popa se sentía de forma muy similar al causado por el descenso de un bote pesado. Aquellos que estaban a bordo tenían tan solo que mirar a la costa para ver la causa de la caída de los edificios y de la gente asustada corriendo en todas direcciones, lo cual evidenciaba que era un terremoto de violencia extraordinaria. Los barcos parecían perfectamente a salvo; no había peligro allí de nada que cayera y el agua no mostraba signos perturbadores. Estaba tan calmado y sereno como un lago en miniatura. Apenas corría un soplo de viento, tan solo un aire liviano que apenas se sentía. Cuando terminó la primera sacudida, muchos regresaron a sus casas desprotegidas. Ellos esperaban y confiaban que ninguna réplica se sintiera nuevamente.

A bordo de los diferentes barcos los temores de un maremoto estaban en gran medida apaciguados porque no se apreciaba ningún alboroto en el agua. Aún las baterías y todos los artículos pesados, cuyos movimientos podrían poner en peligro los barcos, estaban asegurados; los marineros estaban ubicados cerca, y todo preparado con el cierre de las escotillas y asegurados con listones de maderas.

Eran cerca de las cinco y media cuando la segunda y más fuerte sacudida se experimentó.

Estuvo precedida por un estruendo bajo, como un trueno lejano y se vino sobre la ciudad con tan solo esa leve advertencia. Los aterrados habitantes arrancaron otra vez de sus casas y buscaron seguridad en los cerros y en cada espacio abierto donde estarían libres de la caída de las casas. Muchos escaparon a tiempo, mientras que otros, en su ansiedad por salvar algunos de sus preciados enseres, o en su agonizante temor que los hacían incapaces de correr o peor aún, de moverse, eran sepultados por las ruinas.

La escena desde a bordo era particularmente horrible. La sacudida se sintió más intensamente y las casas derrumbadas se veían con claridad. Una inmensa masa de tierra se desprendió desde el “morro” y cayó con un horrendo ruido sordo, enviando tal nube de polvo hacia arriba como para cubrir la ciudad completa y esconderla de la vista de aquellos que estaban en los barcos. Esta nube lentamente se abatió a sotavento y reveló una ciudad en ruinas. Ahora, por primera vez, se notó una alteración en el agua. Esta retrocedió una corta distancia, y entonces regresó más allá de la más alta marca de marea. El muelle que se extendía desde la costa hacia las aguas profundas estaba abarrotado de gente, y cuando ellos vieron el agua levantarse para tragarlos, se detuvieron un instante, como lo hacen muchos animales salvajes, y entonces, con un grito agonizante de “la mer!” “la mer!” (“¡el mar!” “¡el mar!”) se precipitó por encima y a través de las casas destruidas hacia los cerros. Pero qué tristeza por el último ser de aquella agitada muchedumbre. El agua los alcanzó, los barrió por los pies y los dejó luchando por sus vidas, en una masa flotante de restos que se retorcían y giraban en todas direcciones. Algunos fueron recogidos por botes, unos pocos fueron arrastrados hacia la costa, mientras muchos otros después de luchar desesperadamente se hundieron y no se vieron más.

El aspecto del agua en ese momento era muy singular. Estaba perfectamente tranquila y aparentemente libre de cualquier fuerza perturbadora. Cuando se precipitaba hacia adentro y hacia fuera, parecía estar sólo ondulándose, como si fuesen dos enormes tuberías subterráneas que alternadamente llenaban y descargaban el mar. Las corrientes y las contracorrientes se apreciaban en cada dirección. Masas de ruinas movedizas se abalanzaban unas a otras en direcciones opuestas; y los botes, en los cuales algunos se habían trepado al ser alcanzados por el agua, fueron arrastrados por todos lados, completamente fuera del control de sus ocupantes.

Los botes del vapor americano WATEREE y de la corbeta peruana AMÉRICA fueron enviados a recoger a los infortunados que aún estaban colgados de los árboles, de masas de tierra, o de lo que fuese que los mantenía a flote. Aunque rescataron a algunos, un gran número de ellos fueron dejados a su suerte, porque cuando el bote se acercaba a ellos eran alcanzados por la marea que los lanzaba desesperanzadoramente lejos.

Los botes, conducidos por fuertes marineros, apenas podían llegar a los barcos. Uno de ellos, que pertenecía al WATEREE, al lograr acercarse al barco después de esfuerzos sobrehumanos, perdía su cabo de remolque y era nuevamente lanzado lejos. En vano la tripulación luchaba por regresarlo, tirándolo como pudiesen, y envalentonados como lo estaban por un valiente y joven oficial que los acompañaba, eran vencidos por la fuerza del agua que se precipitaba; como último recurso lo arrastraban hacia el costado del barco peruano AMÉRICA, donde estaba expuesto al peligro más grande. Aquellos en tierra que habían escapado del agua y del derrumbe de las casas se habían juntado en los cerros adyacentes a la ciudad. Aterrados y temblando ante cada réplica que se producía, se lanzaban al suelo y extendían sus brazos en forma de cruz, elevando sus súplicas al cielo.

Tan ignorantes eran la mayor parte de ellos, que pensaban que había llegado el día del juicio final, y esa era la creencia de muchos. Estas visiones tan aterradoras nunca habían sido vistas antes y probablemente nunca serían vistas otra vez por aquellos que las presenciaron. El intento de arrancar de un peligro inminente, y ser incapaces de permanecer de pie en la tierra que se sacudía y mecía –ver esta misma tierra estable hasta entonces, abierta en inmensas grietas, desde donde el agua salía aparentemente desde las mismas entrañas de la tierra, era suficiente para congelar la sangre del más valiente.

No es de extrañar que muchos se hubiesen paralizado por el horroroso espectáculo.

El instinto de supervivencia estaba momentáneamente retenido. Los padres perdieron de vista a sus hijos, los esposos a sus esposas, los hermanos a sus hermanas. Varios de los miembros de una familia, al ser alcanzados por el agua, habían trepado a una lancha y eran llevados de uno a otro lado a merced del agua que se recogía o avanzaba. Uno de ellos se había quebrado el pie y no podía moverlo, de tal forma que cuando la marea los dejaba en un lugar más alto y seco en medio de la plaza, los otros familiares saltaban del bote, pero incapaces de abandonarlo, comenzaban a levantarlo para llevarlo con ellos; al ver que el agua venía nuevamente, dejaban al hombre herido en la lancha otra vez y arrancaban con desesperación. El bote fue arrastrado de uno a otro lado durante toda la noche, y al amanecer fue encontrado embancado, su ocupante a salvo, aunque sufriendo inmensamente el dolor de su pié destrozado. Más rápidamente de lo que puede ser contado el agua avanzaba y se recogía ganando cada vez más fuerza y llegando más lejos dentro de la ciudad– arrastrando los escombros en todas direcciones, destruyendo todo vestigio de calles y plaza.

Ahora viene nuestro turno a bordo de los barcos.

No había viento, así es que las velas no nos servirían para dejar el puerto, y de los seis barcos uno solo era a vapor, era el barco peruano AMÉRICA. Las calderas del WATEREE habían estado sufriendo reparaciones, y escasamente se le había instalado una válvula, la idea de navegar no era considerada por el momento. El capitán del AMÉRICA estaba en tierra, y como había una escasez de carbón en los bunkers, el oficial de mando no podía usarlo sin autorización, así es que cuando el capitán llegó al barco después de denodados esfuerzos, era ya demasiado tarde; la marea había llegado a ser tan fuerte que el barco estaba a su merced y en peligro inminente como cualquiera de los otros barcos.

Cada barco había sido asegurado lo más posible contra cualquier contingencia. Ambas anclas habían sido lanzadas con largos tramos de cable, los amarres habían sido soltados, y los barcos fueron dejados meciéndose en el mar con la esperanza de que lo peor hubiese pasado.

Un pequeño bergantín había anclado muy cerca de la costa, y como el mar se recogía, rápidamente se volteó en su costado. Su tripulación abandonó la pequeña embarcación e intentó alcanzar la orilla pero el agua regresó con una rapidez aterradora que se tragó a casi todos, mientras su barco, más afortunado, fue lanzado por el oleaje playa adentro. A la mañana siguiente fue visto parado verticalmente aunque cuando se le vio por última vez al oscurecer, yacía de costado con las olas reventando sobre él.



Grabado en madera de Samuel Thomas Gill (1818-1880) publicado en The Illustrated Melbourne Post el 9 de Noviembre de 1868. Terremoto y maremoto en Arica.

De los barcos más grandes, el “CHAÑARCILLO”, un buque inglés, fue el primero en sufrir al avanzar la oscuridad. Los tarugos de la cubierta y compresores cedieron, y como la cadena salía con precipitación de sus escobenes, la fricción era tan intensa que ocasionó fuego.

Grabado publicado en The Illustrated Times

A bordo del WATEREE cada ancla tenía cien brazas de cadena y como una de ellas cedió, el barco fue llevado mar adentro arrastrando la otra ancla y la cadena con él. El WATEREE y el CHAÑARCILLO fueron arrastrados tan cerca uno del otro que una persona podía saltar de una cubierta a la otra, pero momentos después ambos barcos eran llevados en direcciones contrarias a causa de la marea. De haber chocado, probablemente ambos se hubiesen hundido de inmediato.

En la oscuridad que ahora prevalecía, la posición de los diferentes barcos se podía saber solamente por sus luces; y éstas se veían apuntando en todas direcciones. El AMÉRICA parecía estar navegando alrededor del puerto, y cuando se aproximaba al FREDONIA, el primer teniente del FREDONIA le gritaba a través de una bocina, diciendo–: “Estamos perdidos. ¿Por qué no se van mar adentro?”. Lo que ocurría era que el AMÉRICA no tenía combustible por eso estaba a la deriva totalmente descontrolado.


Grabado de Samuel Calvert (1828-1913) publicado en The Illustrated Australian News el 9 de Noviembre de 1868

La noche era de tal oscuridad que las experiencias de algunos barcos jamás las sabremos, al no haber sobrevivientes a bordo que nos cuenten la historia. Una barcaza cargada con guano debió haberse hundido al anclar porque no había rastros de ella ni noticia alguna de su tripulación.

Nuestra experiencia en el WATEREE fue notablemente aterradora –difiriendo completamente de aquellas de un simple naufragio.

Cuando perdimos de vista a los otros barcos, nosotros observamos la costa y la ubicación de la proa del barco para ver a qué parte habíamos sido arrastrados.

Hombres preparados fueron ubicados al timón para mantener la proa hacia la corriente con la esperanza que el barco pudiese resistir sin ir a la costa. Por supuesto las escotillas fueron aseguradas y todo fue amarrado lo mejor posible. Los oficiales recorrían la cubierta, discutiendo las posibilidades de salvar el barco. Los hombres se mantuvieron tranquilos y obedientes y actuaron, durante toda esa noche espantosa, dignos de admiración.

El capitán estaba en tierra imposibilitado de alcanzar el barco, así la responsabilidad recayó en el oficial de mando, el cual se condujo con admirable entereza y rapidez que aún los corazones más vacilantes se envalentonaron al sonido de su voz.

Arrastrados sin misericordia por la corriente, éramos llevados de uno a otro lado- precipitados hacia una dirección para luego ser cogidos por otra corriente y enviados rápidamente de regreso, quizás al punto de partida.

Por algún tiempo nos mantuvimos alejados de la costa y la esperanza se anidó en nuestros corazones, porque si continuábamos así hasta que la agitación se apaciguara, las oportunidades estarían a nuestro favor.


Terremoto e inundación de Arica. Ilustración xilográfica del diario Harper´s Weekly Journal del 21 de Noviembre de 1868

Pero al final nuestro tiempo parecía haber llegado. Con un horrendo estruendo chocamos en un costado del barco, y la inmensa ola se lanzó completamente sobre nosotros, arrastrándonos por los pies y medio ahogando a otros. En el alcázar, el agua por unos pocos momentos estuvo a varios pies de profundidad, aquellos que estaban allí chapotearon, un poco nadaron hacia el costado del barco y treparon al cordaje. Nuestra destrucción parecía cierta. Por un momento estábamos de costado, y esperábamos ser revolcados y sumergidos en las furiosas aguas, pero al momento siguiente nos enderezábamos, y la ola, retrocediendo, nos dejaba en la playa, mostrando el suelo vacío por un buen trecho frente a nosotros.

Cuando la ola creció más fuerte, asumió una apariencia diferente. Como saliendo en un cuerpo, encontraría una fuerza más fuerte y opuesta que venía, y como un oleaje común en una playa podría ser contraído por debajo y convertido en una muralla sólida de agua.

Permanecimos en la cubierta del WATEREE y esperamos, viendo que no había oportunidad de salvación ni escape posible de nuestro destino. El primer indicio del regreso de la ola fue un horrendo y tétrico estruendo, que crecía más y más fuerte al aproximarse, y en nuestro horizonte limitado vimos una línea blanca de espuma que con brío y bulliciosa se precipitaba hacia nosotros para tragarnos.

Con los más intensos sentimientos permanecimos en espera cuando la ola cayó sobre nosotros. Casi sin aliento, y con los nervios estirados al máximo, recibimos el impacto.


Grabado publicado en Harper´s New Monthly Magazine, Abril 1869. Wateree y la onda de marea

Por un momento, después del golpe, no pudimos ver nada por la ceguera que nos provocaba el agua y el rocío que nos envolvió. Y luego como un juguete en su poderosa garra nuestra nave giraba sin cesar, y fue lanzada muy lejos hacia la costa con su proa apuntando al mar. Una calma perfecta reinaba a bordo. La tripulación despavorida y paralizada, estaba asida a las cuerdas salvavidas, y sus puños tiritaban cuando el alarido del oficial de mando se escuchó: “¡Sujétense por sus vidas!”.

Nuevamente el agua retrocedió; otra vez estábamos a salvo, pero para nosotros parecía solamente una postergación a la muerte que nos esperaba. El AMÉRICA había desembarcado cerca nuestro y los gritos y aullidos agonizantes que salían de su cubierta eran tan espantosos que estremecían los corazones más duros. Otra vez volvió la ola con toda su furia, y esta vez, golpeándonos en la proa, avanzó a ambos lados de nosotros, y por un momento se irguió como dos inmensas murallas que parecían cerrarse por encima de nosotros. Nuestros corazones latían salvajemente al verlas, pero dejándonos intactos las olas cayeron y tomaron su curso de regreso al mar.


Hasta el amanecer el oleaje iba y venía, y cuando regresaba parecía espuma hirviendo agitada. Su fuerza estaba lentamente menguando, y aunque estábamos en un constante estado de ansiedad, no flotábamos. Se sentían réplica tras réplica del terremoto, remeciendo el barco de una manera atemorizante, sumándose al temor de la noche.

El AMÉRICA estaba aún en la costa cerca nuestro, y cuando la marea creció, muchos de su tripulación abandonaron el barco y se fueron a la costa, aunque en la oscuridad ellos no podían saber en qué dirección ir para encontrarse a salvo. Algunos de ellos llegaron a nuestro barco, trayendo con ellos oficiales heridos, que fueron atendidos por nuestro cirujano.

La ola había lanzado a su capitán por la borda y se había ahogado, también su cirujano y muchos de su tripulación. Algunos bomberos y cargadores de carbón intentaron hacer funcionar el barco pero cuando las olas volvieron sobre él, se ahogaron en sus puestos. Ninguna orden se mantenía en cubierta. Los oficiales y la tripulación estaban desmoralizados. Los mástiles cayeron de lo alto, y las calderas quedaron flotando a merced de las olas.

El guardia marina y la tripulación de los botes del WATEREE, quienes estaban a bordo del AMÉRICA, hicieron más para salvar el barco y las vidas de la tripulación que cualquiera de su propia gente. El guardiamarina aseguró la batería, cortó las amarras del barco naufragado que colgaban de lo alto, y se hizo cargo del timón. Muchos elogios no le fueron otorgados por su notable habilidad y valentía en esa noche memorable. Desgraciadamente los hechos en el caso no fueron debidamente representados ante el Departamento de la Marina, y él no recibió su justo reconocimiento. Aquellos que lo conocemos apreciamos lo que hizo, y que debe ser su única recompensa. Un incidente singular ocurrió a bordo de ese barco. Un hombre fue lanzado por la borda por una ola, y el barco dio un súbito cambio de dirección, el hombre fue cogido por otra ola que lo lanzó nuevamente de regreso a cubierta, donde fue rescatado.

Todo lo que ocurrió en esa larga y terrible noche hizo que la gente en tierra permaneciera en los cerros. Parecía haber apenas una pausa entre las réplicas, así de rápido se sucedía una tras otra. Antes del estruendo que precedía cada temblor se escuchaban a los perros que por un peculiar instinto, reconocían su proximidad, y daban los aullidos más sobrenaturales, los que eran claras señales para la gente de lanzarse al suelo con sus brazos extendidos como una cruz y rogar a sus santos patronos. Las familias fueron dispersadas, y los seres amados se perdieron. Muchos fueron heridos, y personas con piernas quebradas y todo tipo de contusiones imaginables yacían por todos lados.

 
Vista de Arica después del terremoto del 13 de agosto 1868. Antigua impresión del libro, Landen en volken der aarde. F Bruins - M Tokkie Jr. Den Haag / Amsterdam year 1885

Al amanecer, la visión de lo ocurrido desgarraba el corazón. Tan solo dos casas quedaron paradas en todo Arica, y estaban tan mutiladas que eran insostenibles. El mar entrante había arrastrado los escombros en todas direcciones, lo que hacía casi imposible ubicar cualquier punto de la ciudad. Se supo por cálculos, que el mar había alcanzado 45 pies por encima de la marca de pleamar y que el arrastre de las olas era alrededor de 15 pies más alto.

Ningún barco estaba en el puerto. El WATEREE estaba cerca de 500 yardas en la costa, perfectamente erguido, sin la pérdida de ningún hombre, excepto el cuidador de la lancha, quien estaba en tierra a cargo de ese bote. El AMÉRICA yacía a la orilla del mar, con sus mástiles destrozados, y en la más deplorable condición. El CHAÑARCILLO estaba ladeado con cada mástil fuera de su sitio, aun sus puentes y carga se habían perdido. Era evidente que había sido revolcada una y otra vez por las olas que la había puesto en tan deplorable condición. Ninguna alma a bordo de esa nave se había salvado.

Nada era visible del FREDONIA, excepto una pequeña parte del barco naufragado que flotaba, en la cual había dos hombres, los únicos sobrevivientes. Cómo permanecieron allí durante toda la noche en ese mar agitado es algo que aún maravilla.

La vista de la playa era increíble. Escasamente se podía pensar en algo que no pudiese ser encontrado allí. Toda clase de vestimentas para damas y caballeros; sedas costosas, satines, terciopelos, y telas; cada artículo imaginable ya hecho; vinos y licores de todo tipo en gran profusión; pianos y birimbaos; carros de ferrocarril y coches de niños– en realidad casi todo lo que se podía usar u ornamentar. Había una inmensa Aduana en Arica, repleta con mercaderías en su interior, y al anegarse estos artículos –muchos de ellos en cajas impermeables– fueron llevados por la corriente y arrastrados finalmente hacia la costa.

Esta colección incongruente resultó una bendición y una ruina para Arica. Una bendición porque la gente había perdido todo en sus viviendas. Y en sus precipitadas escapadas no pudieron salvar nada; toda la ropa que poseían era la que tenían puesta. La playa les otorgaba cosas no solo para vestirse, sino para carpas en las cuales podían vivir en los cerros. Yo vi a una hermosa joven –la bella de Arica– con una camisa de Crimea recogida en la falda de su vestido. Ella estaba viviendo en una choza, construida con cuatro palos con telas de algodón amarradas a los costados. Los cierres de muchas casas fueron construidos con grandes mapas de Bolivia, los cuales estaban esparcidos por la playa –y los tabiques interiores estaban hechos con paños finos. La playa los equipaba con sombreros, capas, botas, zapatos, pañuelos, cuellos y ropa interior, ellos tan solo tenían que caminar hacia la playa y ayudarse a sí mismos.

El licor tirado por todas partes era lo malo. Por varios días el nativo más humilde podía beber champaña y cuando se terminaba ellos podían recurrir al whisky y al brandy. Las desenfrenadas escenas que siguieron eran en extremo desagradables. Ninguna orden se mantenía en Arica, y había riñas fatales con mucha frecuencia, hasta que el orden finalmente fue establecido por la policía de Tacna. Muchos barriles de carne de vacuno y de cerdo fueron llevados a la orilla desde diferentes barcos y ellos ayudaron a la gente por algún tiempo, pero al final venían al WATEREE solicitando alimentos.

Los caballeros y las damas venían frecuentemente y preguntaban por algunos amigos entre los oficiales a quienes les rogaban un mendrugo y un trozo de charqui, como ellos decían: ”no tenían nada para comer ese día”. Era en realidad muy penoso ver a estas personas, en cuyas casas habíamos sido a menudo tan bien recibidos como invitados, reducidos a tal extremo. Todas las provisiones que podíamos economizar se las dábamos a las autoridades para ser distribuidas, y después que la orden fue dictada ya no había más para dar, los oficiales ayudaban a sus amigos de sus propias e insuficientes raciones. La ayuda llegó finalmente desde Tacna, y la hambruna de Arica fue aplacada.

No debo olvidar de contar respecto a las muertes que ocurrieron en la ciudad y en la playa la mañana del día 14. Se estimó que 500 personas –un sexto de la población– perdieron sus vidas en la ciudad y en el puerto. Muchos fueron aplastados en los derrumbes, y algunos de ellos tan profundamente que no podían ser sacados. La esposa de uno de los oficiales del WATEREE había salido apresuradamente de su casa con su esposo protegiéndola con su brazo alrededor de ella, cuando un fragmento de la casa del frente cayó y la golpeó en el hombro matándola instantáneamente. Es un hecho notable que su casa fue una de las dos que quedaron en pie a la mañana siguiente. Todos los cuerpos arrastrados hacia la orilla estaban completamente sin ropas, habiendo sido desnudados por la fuerza del mar. Se llevó a cabo una larga búsqueda del cuerpo de uno de los oficiales del FREDONIA, y cuando ya estábamos por desistir, alguien vio una mano extendida como un palo que salía de la arena, después de cavar encontramos los restos del pobre camarada. Había sido atrapado allí por la marea y la arena se había acumulado encima de él. Otro de los oficiales del FREDONIA tenía a su esposa a bordo. Ambos se habían ahogado, y dejaron dos pequeños en el Callao completamente desprovistos de todo. Estos niños fueron después enviados a los Estados Unidos por los oficiales americanos.


Grabado publicado el 10 de Octubre de 1868 en Frank Leslie´s Illustrated Newspaper


Muchos han rehusado creer la historia de las momias que salieron de la tierra. Sin embargo es completamente cierta. Cerca de los pies del “Morro” las momias fueron vistas en gran número –algunas completamente fuera de la tierra y sentadas bien derechas; mientras otras se veían apenas y otras estaban completamente hundidas.

Nadie había escuchado alguna vez que hubiese algo de ese tipo en Arica, y se suponía que ellas habían sido enterradas allí en el tiempo de los Incas, y que habían sido preservadas por algún proceso conocido por esa gente. Nosotros llevamos una a bordo de nuestro barco y la empacamos, enviándola después a los Estados Unidos.

Muy cerca de este lugar, a la orilla del mar, se encontró una gran cantidad de curiosas monedas de oro, y tan pronto como el hecho fue conocido el lugar se llenó de gente cavando y buscando el dinero. Me contaron después que aquel que primero lo descubrió fue allá tranquilamente por unos pocos días y tuvo éxito en encontrar el equivalente a más de mil dólares antes de ser molestado por los otros.

Aunque las réplicas continuaban todos los días más o menos severos, ninguna alteración se notaba en el mar, y gradualmente la gente se iba acostumbrando a ellas; pero cuando ocurría una más fuerte de lo habitual, un pánico generalizado le sucedía. La tripulación del WATEREE permanecía a bordo del barco durante el día, y por la noche dormían en carpas en tierra, no era frecuente que fuesen despertados al ser remecidos por los temblores. Los hombres dieron un poco de problemas a causa del licor tan fácil de obtener. Los oficiales estaban armados todo el tiempo, y fue necesaria una gran severidad para mantener los espíritus turbulentos controlados.

Los oficiales sobrevivientes del AMÉRICA tenían una carpa cerca, y ellos la cuidaban de la manera más efectiva. Cuando veían a alguien que se subía a bordo, ellos a sangre fría tomaban sus rifles y le disparaban. Todo el día podíamos oír la descarga de sus armas y el ruido de las balas contra el costado del AMÉRICA. No es necesario decir que el resultado era bueno, y la gente no sentía la curiosidad de examinar ese barco naufragado en particular.

Como dije anteriormente, las réplicas continuaron día tras día, pero un sentimiento de seguridad prevalecía, ya que éstas eran menos frecuentes y fuertes cada día. La gente de los valles del interior impulsados por la codicia más que retenidos por el miedo al terremoto, venían por montones a la playa, cada uno con varias mulas de carga, para juntar las mercaderías que estaban esparcidas allí en todas direcciones. El capitán del WATEREE, creyendo que los dueños podrían venir más adelante a reclamar estas mercaderías, ordenó a sus oficiales detener tales depredaciones, e insistir que las mulas sean llevadas al barco para descargar los bultos, un centinela fue designado para ello. En algunas ocasiones esta orden se llevó a efecto con dificultades y solo al apuntar el revólver en la cabeza de algunos hombres podían obedecer.


Grabado publicado en Harper´s New Monthly Magazine, Abril 1869. El Wateree varado y mulas confiscadas

No había agua cerca del barco, así es que fue necesario traerla desde un río a media milla de distancia. El trabajo era muy duro para imponérselo a los hombres, y las mulas eran necesarias.

De una sola forma podíamos obtenerlas –por medio de la confiscación. Y así se hizo. Un hombre podía traer varios de estos apetecidos animales, cuando de pronto una patrulla caía sobre él y podía quedar sin mulas. Esto era absolutamente necesario, y era hecho con justicia, a los dueños se les pagaba por estas confiscaciones, y cuando la tripulación las desocupaba se les restituía a sus dueños. Por supuesto que las mulas necesitaban alimento, y como no había pasto cerca, excepto el de los valles, los hombres no siempre podían evitar el traerlas, así se hacía otra confiscación.

Los dueños de las mulas venían hasta el barco con fardos de pasto, allí ellos eran detenidos, y su pasto requisado para nuestro uso.

Estos hombres, sin embargo, eran también recompensados por sus pérdidas.

Con la excepción de los dueños de un gran cargamento de lana nadie vino a reclamar las mercaderías, y por último los depredadores limpiaron la playa sin ninguna molestia. Muchos de los marineros encontraron artículos de valor. Uno de ellos me contó después que él ganó 1.500 dólares por sus propios medios. Anillos valiosos, relojes y joyas fueron encontrados por muchos de los marineros. Yo ví a un hombre vender un anillo en 5 dólares creyendo que era vidrio, sin valor alguno, por el contrario era un diamante rodeado de cinco grandes piedras, muy antiguo, y que valía a lo menos 500 dólares. Una gran cantidad de valiosos artículos a precios muy bajos fue adquirida por los hombres más astutos de la tripulación, y las ganancias que lograron en algunos casos fueron extraordinarias.

Permanecimos en Arica por dos largas y fatigosas semanas, cada día escudriñando ansiosamente el horizonte por la llegada de algunos compañeros de armas que nos socorrieran.

Al finalizar esos días llegaron los vapores americanos NYACK, KEARSARGE, TUSCARORA y POWHATAN, los oficiales y tripulación del WATEREE y los sobrevivientes del FREDONIA fueron distribuidos entre ellos. Dos oficiales con unos pocos hombres fueron designados para cuidar el naufragio, mientras el resto se iba al Callao.

Todos los artículos más pequeños del equipamiento se tomaron del WATEREE- aún los cañones fueron transportados en mulas hacia los botes; y era divertido ver algunas de las mulas más débiles tambalearse a corta distancia y finalmente caerse con cañones y todo.

Los trajes de algunos de los oficiales, así como estaban eran para la risa. Con pantalones viejos metidos en las botas de marinero, una camisa roja con cuello ancho, sombrero de ala ancha caído hacia los ojos, y un revólver metido en un colorido cinto, parecían más bandoleros que “oficiales y caballeros”.

“Qué bien habla inglés ese guía “, dijo un caballero relacionado con el POWHATAN, señalando a un oficial amigo ataviado en uno de esos ridículos trajes.

Antes de navegar fuimos a despedirnos de nuestros amigos en sus rústicos poblados de los cerros. Al estrechar sus manos para darles el último saludo de despedida, las damas exclamaron, “Non, Non, un embrazo, un embrazo!” (“¡No, no, un abrazo, un abrazo!”) y nos abrazaban rodeándonos el cuello de la manera más sentida, en un último adiós. Muchas de ellas se sacaban pequeñas piezas de joyería que habían guardado y nos regalaban como recuerdos de nuestra eterna amistad –momentos que fueron religiosamente atesorados por nosotros.

Al año siguiente la fiebre amarilla arrasó esa ciudad y dejó muchas víctimas. Muy lejos de la costa a menudo escuchábamos de la muerte de uno u otro querido amigo.

¡Infortunada ciudad! donde muchos se salvaron de la muerte para caer después en otra casi tan espantosa como la primera."


Después de leer tan excepcional relato, no amerita comentarios adicionales. Solo suministraré algunas precisiones de casos puntuales que detallare en el siguiente capítulo.


5 ISLA EL ALACRÁN

Los relatos de los informes del personal del USS Wateree, no hacen mención de lo que sucedió en la Isla El Alacrán, pero nuestro amigo Alfredo Wormald Cruz en su libro Frontera Norte nos provee de este relato sobre este tema:

"En la isla de El Alacrán se había levantado un fuerte. Una de las olas,que lo cubrió con varios metros de agua, hizo desaparecer los enormes cañones de 15 pulgadas, las fundaciones en que estaban sólidamente asentados, y por supuesto, la guarnición compuesta de cien hombres."



6 ALGUNOS HECHOS DE IMPORTANCIA
 
Habíamos mencionado la existencia del Informe de Luther G. Billings y que este poseía algunos errores. Solo citaré algunos de ellos como modo referencial y comparativo:

  • Indica que el día en cuestión fue el 8 de Agosto de 1868.
  • Que el Wateree quedo varado a 2 millas tierra adentro (unos 3,5 kilómetros).
  • Que la ola los había transportado a través de un valle.
  • La nave quedó posada más allá de la vía del ferrocarril que va a Bolivia.
  • Menciona a una población de 10 o 15 mil habitantes y que sólo sobrevivieron unos cuantos centenares. 
  • Y otros errores que hacen que su informe solo tenga un carácter de sensacionalismo.

El Informe de Edward W. Sturdy detalla claramente que el día fue el 13 de Agosto de 1868, que la nave quedó varada a 500 yardas de la costa. Además, menciona que el América quedó varado al lado de ellos (quedó a orillas de la costa). En cuanto a la población, se estima que la ciudad poseía 3.000 habitantes y que perdieron sus vidas entre 300-500 personas aproximadamente.


7 LAS TRES NAVES

No son muchas las imágenes fotográficas que existen de aquella época, pero hay algunas que poseen mucha información sobre lo que aconteció y que ocurrió después del tsunami. La siguiente fotografía nos muestra a tres naves que están varadas en las costas de Arica.
 
El Wateree, el América y el Chañarcillo, en la costa de Arica


El USS Wateree esta en primer plano, al fondo y a la izquierda el América y a la derecha el Chañarcillo (Charnasilla). Los marineros que aparecen, se encuentran sobre el mini acantilado del sector chinchorro; en donde acamparon los días siguientes como precausión. Abajo y a la proa del Wateree se observa a uno de los burros confiscados.


Imagen del USS Wateree
 
USS Wateree



El vapor USS Wateree varado en Arica. A 430 yardas por sobre la marca habitual de marea alta, después de que fue depositado allí por el maremoto del 13 de agosto 1868. Detrás de el, se puede observa el mini acantilado.


Imagen del América


América


El América, varado y parcialmente desmantelado. Fotografiado desde el lado del mar. El barco en la distancia, más allá de la proa del América, es el USS Wateree. Por lo tanto el Wateree esta posicionado en Chinchorro y no a 2 millas tierra adentro.


Imagen del Chañarcillo
 
Chañarcillo



El Chañarcillo, barco ingles que fue destruido por el tsunami. En esta fotografía de gran nitidez puede apreciarse perfectamente el morro al fondo. El otro barco que se alcanza a ver al lado derecho es el BAP América.


8 LA CIUDAD

Al amanecer la visión de lo ocurrido desgarraba el corazón, palabras de Edward W. Sturdy al ver la ciudad al día siguiente. Desolación y ruinas por todas partes, nada estaba habitable y nada existía de las pertenencias de los habitantes. Los que salvaron solo lo hicieron con lo que tenían puesto.


Imagen de la Iglesia Matriz (Centro de la Ciudad)
 

Restos de la iglesia Matriz, 1868


Imagen de la ciudad (Sur)
 
Ruinas del centro de Arica



Imagen de la ciudad (Norte)


Panorama Arica después del terremoto y tsunami de 1868

En esta fotografía existe mucha información. Se aprecia la destrucción a todo nivel, no hay casas en pié, no existen las calles, la vegetación fue arrasada. En la parte izquierda levemente superior se aprecia una palmera, ese es un punto de referencia para poder observar que a su lado izquierdo (de la palmera) esta el América, a su lado derecho el Chanarcillo y cercano a la mitad se encuentra el USS Wateree.

Para terminar les dejo un interesante grabado que muestra el panorama completo de la ciudad después del terremoto y tsunami en Arica. Observe la ciudad devastada, algunas naves dentro de la ciudad al lado del morro y sobre todo, utilice el mismo punto de referencia anterior (palmera); se puede apreciar el América que esta al lado del mar, el USS Wateree de frente al mini acantilado. Eso es el sector conocido como chinchorro de la ciudad.




Vista general de Arica después del terremoto y tsunami, 1868


9 REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

Frontera Norte, Alfredo Wormald Cruz, 1968
Historias Olvidadas del Norte Grande, Alfredo Wormald Cruz, 1972
Catástrofes de Chile. Álbum de prensa de antaño, Carlos Lanza, 2012

Informe de Edward W. Sturdy
http://dialogoandino.cl/wp-content/uploads/2016/07/04-EPIZARRO-rda29.pdf
Informe de Luther G. Billings
http://www.histarmar.com.ar/InfGral/MaremotoArica/MaremotoAricaBase.htm

Fotografía 3 naves
http://www.csa-dixie.com/liverpool_dixie/corvettes.htm
Fotografías USS Wateree, América y Ruinas del centro de Arica
http://searcharchives.vancouver.ca
Fotografía Iglesia La Matriz
http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-71939.html
Fotografía Panorama Arica
http://www.fhshh.com/the-tsunami-of-arica-in-1868-the-waves-struck-america-asia-and-oceania.html

Datos técnicos
https://earthquake.usgs.gov/earthquakes/world/events/1868_08_13.php

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